sábado, 16 de octubre de 2010

LA POLÍTICA POR CONVICCIÓN O POLITIQUERÍA POR CONVENIENCIA



Por HERIBERTO GALLO MACHADO
Presidente Directorio Liberal Ituango

Me quedé pensando con cierta preocupación sobre los honorarios que el Partido Verde terminó pagándole al entonces candidato a la vicepresidencia por dicha organización, Sergio Fajardo Valderrama. El nombre es ese: honorarios y de hecho la gente del PV no ha buscado palabras distintas para presentarlos. Incluso, pareciera que en aras de mantener la coherencia con el discurso (o de tirar el "aventón" que les permitiera recuperar parte de la "inversión" hecha en campaña), se hubiesen entregado los contratos suscritos con el candidato a la vicepresidencia para que fuesen reconocidos y cubiertos con los dineros de la reposición legal, con el resultado fallido que todos ya conocemos.

Frente a lo planteado, hay un debate que se abre y que señala desde algunas columnas de prensa que se hizo lo correcto, que es un paso que busca garantizar la independencia de los candidatos en procesos electorales frente a la financiación por parte de grupos económicos y en general evitar desde las campañas prácticas corruptas que luego se materializan en el eventual ejercicio del poder. Esa podría ser una explicación válida, pero, con seguridad, no es seria, ni tampoco honesta, así no sea ilegal.

Frente a los principios de la ética, ante la decisión de actuar bien o actuar mal, no hay términos medios. El hombre siempre está ante ese dilema que dirige su accionar a lo largo de la vida, de acuerdo con sus convicciones. Se obra finalmente, en uno u otro sentido, porque al tomarse la decisión, el individuo cree en lo que hace. Son sus principios, su criterio, su visión del mundo, su formación, elementos que alumbran la decisión tomada. Si el ejercicio mental previo sobre conveniencias e inconveniencias en una toma de decisión específica se hace con el sólido criterio de toda una vida signada por la praxis ética, con toda seguridad el resultado de ese accionar será bueno para quien así actúa y su reflejo e incidencia en la sociedad será también benéfico y así lo sentirán y valorarán los demás asociados.

Muchos ciudadanos vieron con esperanza la conformación de una "llave" a la Presidencia de la República en la que se reunían las convicciones y principios de dos hombres que han predicado en su ejercicio de la vida pública la transparencia como guía de sus acciones. Que los recursos públicos son sagrados, que no puede haber atajos, que se debe proscribir el "todo vale" de la función pública, que los votos no se compran, ni tampoco los apoyos, que yo vine porque quise y no porque me pagaron... fueron frases surgidas de una forma de hacer política que si bien en su enfoque de aplicación filosófica se mostró endeble, desde la intención como tal parecía que se avalaba en el ejercicio honesto de la política. Que desde el punto de vista ideológico los dueños de esta praxis se muestren indecisos, en cómodos lugares intermedios, no puede ser elemento para descalificar sus buenas intenciones.

Ahora, vamos al punto concreto. ¿Si la política se hace por convicción cómo puede sostenerse sobre la base de un contrato? Se supone que un individuo se matricula en un partido político, en un movimiento, en una organización, porque cree en ese partido, en ese movimiento, en esa organización. Considera que la realidad social de su país, de su departamento, de su municipio, puede ser intervenida con éxito a través de la materialización de las ideas que propugna el partido en el que se cree. Asume ese ciudadano que sus convicciones encajan casi a la perfección con los lineamientos filosóficos e ideológicos que defiende el partido. Entonces, ingresa, se hace miembro, participa activamente con el entusiasmo del que está convencido de lo justo de su causa. Sus ideas enriquecen las propuestas, la manera de hacer la política y la forma de llegarles a los demás ciudadanos. El Partido o movimiento recibe un significativo aporte del ciudadano que llega, mientras ese ciudadano siente que con su presencia enriquece y fortalece la opción política en la que cree y en relación con la cual está convencido se puede hacer algo para mejorar un poco o mucho la sociedad a la que pertenece.

Es la política por convicción: creo en unas ideas y trabajo por ellas. Ese ejercicio es placentero porque el discurso surge como emanación de principios íntimos que están en armonía con principios y valores universales. Cuando se defienden ideas por convicción, no hay que hacer esfuerzo alguno, surgen las palabras con toda la fuerza del que habla sincera y honestamente porque cree en lo que dice, no en actitud ciega y enfermiza, sino con la convicción informada, llena de argumentos, frente a la situación social que enfrenta, para intervenirla, para dirigir acciones que serán solución efectiva a problemáticas de muchos años. Es, así descrito, un científico de la política.

Bajo ese presupuesto, un ciudadano común y corriente hubiese pensado que Fajardo no necesitaba firmar ningún contrato, sino que bastaba con su adhesión sincera y honesta a unas ideas proclamadas por los Verdes en las que uno supone, Fajardo cree y por eso aceptó ser fórmula vicepresidencial para salir a la plaza pública a lo largo y ancho del país, a defenderlas con la convicción que surge espontánea cuando se abraza una causa en la que se tiene confianza plena.
Así mismo, con ese mismo entusiasmo, imagina uno que Fajardo llegó pleno de ideas que iban a enriquecer la propuesta programática del Partido Verde. De hecho se dice que los titubeos para definir la adhesión estuvieron en ese plano, en el de las ideas y programas de la colectividad recién llegada al escenario político del país.
Por todo ello la ciudadanía, en un momento inicial de entusiasmo, comulgó decidida con la visión que ofrecían los Verdes. En un primer momento la propuesta se hizo novedosa y encontró eco principalmente en columnas de prensa para extenderse a través de internet a millones de jóvenes en el país que colmaron plazas, calles y cualquier espacio en el que convocaran Mockus y Fajardo.

Entonces no se entiende ahora que Fajardo debiese recibir honorarios por militar en un Partido en el que se supone cree, en el que se afirmaría que está por convicción y porque comulga con su ideario. Y que su aporte para enriquecer el programa se entregó con entusiasmo, desprevenidamente y sin ponerle precio. Pero resulta que también las ideas que llegaron con el ex-alcalde de Medellín fueron objeto de un contrato y se les puso un valor específico. Como quien contrata un asesor, un experto, para que haga un estudio o ayude a delinear un Plan de Desarrollo de una entidad territorial, o siente las bases del Plan de Ordenamiento Territorial de un municipio cualquiera de Colombia.

En este caso se suponía que había convicción y comunión de ideas. Pero la política devino en un contrato que ligó al partido con el estilizado nuevo militante. Nada fue gratis, ni la convicción, ni el entusiasmo, ni el aporte programático. Todo se cobró y a un precio que no resulta despreciable (por lo menos desde la perspectiva de mi bolsillo).
Porque también se supone que el Partido buscó fuentes de financiación y que tuvo aportes de otros ciudadanos que al sentir que comulgaban con su causa decidieron apoyarlo económicamente. Ahí deben estar las cuentas que reportan esa situación. Fruto de ese proceso debió surgir la estabilidad económica de los Verdes para salir a recorrer el país y dar a conocer su propuesta. No se entiende entonces que un nuevo militante, que al ostentar la dignidad de candidato a la vicepresidencia carga una responsabilidad especial que sólo supera aquel que aspira a la Presidencia, deba recibir honorarios por pertenecer, por militar, por creer, por proclamar ideas, por afirmar en la plaza pública, por la convicción ante los principios. El contrato queda para el asesor externo, el experto en publicidad o en mercadeo, pero no para ese militante especial que llegó a enriquecer las ideas y la propuesta en la que se supone creía.
No será esta la forma de derrotar las deficiencias que tiene nuestro sistema electoral. Se sentaría un nefasto precedente que la militancia cualificada tenga precio y que contar con un candidato "estrella" se tenga que pagar a un alto precio sustentado en un contrato o en cualquier forma de compromiso.

Hemos de trabajar todos por la financiación estatal de las campañas, a fin de que se garanticen la transparencia y la participación política. Pero sentar reglas de participación que obligue a los partidos o movimientos a suscribir y efectivamente pagar contratos o acuerdos con sus candidatos, prácticamente arrasará con nuestra pobre democracia. ¿Cuál organización podría pagar mejor los servicios del candidato que está en la espuma de los porcentajes de las encuestas? ¿Cómo se mide dicho criterio para establecer las reglas que le den forma a un valor "justo"? Sería el acabose.

Así no se predica la transparencia y así tampoco se podrá transformar nunca para bien este país. Y si este actuar no deviene ilegal, sí genera reatos de conciencia. Es entonces cuando la ética y los principios, la visión del mundo, la percepción de la sociedad que se sueña, la formación de tantos años, todo eso reunido alumbra el accionar del individuo y le recuerda que ante la sospecha de un actuar indebido es preciso detenerse a tiempo. Porque traicionar las convicciones es arrasar con uno mismo

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